Todos los días nos maravillamos con grandes obras humanas. Todos tenemos nuestras favoritas. Nos encantamos pensando en como es posible que hayamos sido capaces de hacer tales cosas. Usualmente, le atribuimos el crédito de una hazaña a una persona en particular. Este tipo de relatos, donde una persona es expuesta como la principal responsable de algo, tiene una consecuencia importante: crea ejemplos a seguir.
De la misma forma que inventamos héroes para describir seres ideales y absolutamente virtuosos para inspirarnos y tener un referente para mirar, hablamos de estos personajes reales de una forma que nos inspira. La cosa es que esto ignora el hecho de que ninguna de estas personas hizo esas cosas sola. Ni una.
Toda gran obra es resultado del trabajo de múltiples individuos, usualmente organizados, con una visión en común y trabajando juntos. Una comunidad. Incluso las personas que trabajan en solitario pueden hacerlo porque reciben el apoyo de múltiples personas, en un estado de cosas donde está bien visto que hagan lo que hacen.
Esto no es nada nuevo: llegar a esta conclusión es relativamente inmediato tras observar el fenómeno de la creatividad. Aquí es donde me da rabia el que convertamos a autores en héroes. Voy a ilustrar mi descontento con un ejemplo: Batman.
Me gusta mucho Batman. No por sus valores, sino por su estilo. Me gusta mucho. Especialmente el Batman moderno. Mi referencias son Batman: Three Jokers, o Batman: Arkham Knight. Un Batman oscuro, metódico y maquivélico. Este ahora es el Batman estándar, y lleva siéndolo desde Batman: The Killing Joke, aunque siempre he considerado que se consolidó con las películas de Nolan.
Esto es lo importante: Batman no siempre fue así. Hubo una tonelada de experimentos y de ideas ensayadas. Muchas muy célebres, otras no tanto. La primera aparición de Batman es en literatura Pulp, revistas baratas con historias simples, hechas para ser vendidas por montones.
Para llegar al Batman actual, se pasó por un proceso iterativo de aprendizaje, en el que los autores probaban ideas nuevas y veían como la gente reaccionaba a ellas. Se quedaban con lo que le gustara a la gente. Esto ocurría haciendo cambios pequeños poco a poco, y nunca de forma agresiva. Incluso las grandes historias como The Killing Joke no son cambios radicales: son pasos oportunos en momentos oportunos, donde el personaje y el universo tienen suficiente estructura como para empezar a llenar agujeros.
En el caso de The Killing Joke, el agujero es el origen del Joker, que Alan Moore llena muy bien. Al darle cuerpo a la antítesis de Batman, todo se enriqueció a sobremanera. Pero aquí esta el meollo del asunto: Alan Moore solo puso una pieza nueva en una estructura que ya existía y que estaba madura. Alan Moore no inventó al Batman moderno. Bob Kane (el presunto creador original) tampoco. Ellos solo pusieron una pieza. Fue la acumulación oportuna de buenas piezas a través de las decadas la que construyó a Batman. Nadie inventó a Batman. Bob Kane nunca habría podido imaginar al Batman moderno. Nadie habría podido.
Cuando ponemos autores en grandes obras ignoramos la naturaleza misma de la creatividad humana. Dar crédito es algo que hacemos para respetar nuestra individualidad e inspirar a otros, y está bien. Pero no podemos ignorar que la creatividad es un proceso comunitario. Nadie ha hecho nada solo, y nadie nunca podrá.